Son el comienzo de 20 títulos, que en principio animan a seguir leyendo……
El último soldurio. (Lorenzo, Javier).
Tenía poco más de siete años cuando vi por primera vez a un romano. Lo recuerdo con exactitud porque aquel hombre flaco y de barba rala, cuyo sombrero de ala ancha dejaba escurrir las gotas de lluvia por los contornos de su cuerpo, miró con sorpresa a Ilicón, mi hermano mayor, luego a mí y tras inclinarse y palmear sin ruido a una de las mulas que tiraban de su carruaje nos sonrió de una manera tan franca que su boca dejó ver los numerosos huecos que hollaban su dentadura. En otras condiciones, nuestra respuesta al encuentro con un desconocido, aun en el caso de que se estuviera carcajeando, se habría resuelto de inmediato con una vertiginosa huida hacia el interior del bosque del que acabábamos de salir corriendo, pero en esta ocasión una irresistible emanación de simpatía y la siempre implacable curiosidad nos dejaron clavados en el barro de la trocha, mirando absortos los desconocidos objetos que pendían de los costados del carro y preguntándonos quién podía ser aquel loco sonriente que, sin armas a la vista, se atrevía a entrar en lo más profundo de los valles cántabros.
Ética para amador (Savater, Fernado).
Hay ciencias que se estudian por simple interés de saber cosas nuevas; otras, para aprender una destreza que permita hacer o utilizar algo; la mayoría, para obtener un puesto de trabajo y ganarse con él la vida. Si no sentimos curiosidad ni necesidad de realizar tales estudios, podemos prescindir tranquilamente de ellos. Abundan los conocimientos muy interesantes pero sin los cuales uno se las arregla bastante bien para vivir: yo, por ejemplo, lamento no tener ni idea de astrofísica ni de ebanistería, que a otros les darán tantas satisfacciones, aunque tal ignorancia no me ha impedido ir tirando hasta la fecha. Y tú, si no me equivoco, conoces las reglas del fútbol pero estás bastante pez en béisbol. No tiene mayor importancia, disfrutas con los mundiales, pasas olímpicamente de la liga americana y todos tan contentos.
Lo que quiero decir es que ciertas cosas uno puede aprenderlas o no, a voluntad. Como nadie es capaz de saberlo todo, no hay más remedio que elegir y aceptar con humildad lo mucho que ignoramos.
La sangre de los inocentes. (Julia Navarro).
Soy espía y tengo miedo. Tengo miedo de Dios, porque en su nombre he hecho cosas terribles.
Pero no, no le echaré la culpa a Él de mis miserias porque no es suya, sino mía y de mi señora. En realidad la culpa es de ella y sólo de ella porque siempre se ha comportado como un ser omnipotente ante cuantos hemos estado a su lado. Jamás osamos contradecirla, ni siquiera su esposo, mi buen señor.
Voy a morir, lo siento en las entrañas. Sé que ha llegado mi hora, por más que el físico me asegure que aún viviré largo tiempo porque el mal que me aqueja no es mortal. Pero él sólo estudia el color del iris de mis ojos y el de mi lengua, y me hace sangrar para sacarme los malos humores del cuerpo aunque no me alivia el dolor permanente que tengo en la boca del estómago.
El mal que me consume lo tengo en el alma porque no sé quién soy ni qué Dios es el verdadero. Y por más que sirvo a los dos, a los dos acabo traicionando.
Escribo para aliviar mi mente, sólo por eso, aun a sabiendas de que si estas páginas cayeran en manos de mis enemigos o incluso en las de mis amigos, habría firmado mi sentencia de muerte.
Hace frío y, acaso porque tengo el alma helada, por más que me envuelvo en mi manto, no logro templar mis huesos.
El manuscrito negro. (Frederick Forsyth).
Era el verano en que el precio de una barra de pan alcanzó el millón de rublos.
Era el verano del tercer año consecutivo de fracaso en la cosecha de trigo y el segundo de hiperinflación.
Era el verano en que los primeros rusos empezaban a morir de desnutrición en los callejones de las ciudades más remotas del país. Era el verano en que el presidente se desplomó en su limusina y un viejo hombre de la limpieza robó un documento secreto. Después de aquello nada volvería a ser igual.
Era el verano de 1999.
El juego del ángel. (Ruiz Zafón, Carlos)
Un escritor nunca olvida la primera vez que acepta unas monedas o un elogio a cambio de una historia. Nunca olvida la primera vez que siente el dulce veneno de la vanidad en la sangre y cree que, si consigue que nadie descubra su falta de talento, el sueño de la literatura será capaz de poner techo sobre su cabeza, un plato caliente al final del día y lo que más anhela: su nombre impreso en un miserable pedazo de papel que seguramente vivirá más que él. Un escritor está condenado a recordar ese momento, porque para entonces ya está perdido y su alma tiene precio.
La historia del rey transparente. (Montero, Rosa).
Soy mujer y escribo. Soy plebeya y sé leer. Nací sierva y soy libre. He visto en mi vida cosas maravillosas. He hecho en mi vida cosas maravillosas. Durante algún tiempo, el mundo fue un milagro. Luego regresó la oscuridad. La pluma tiembla entre mis dedos cada vez que el ariete embiste contra la puerta. Un sólido portón de metal y madera que no tardará en hacerse trizas. Pesados y sudados hombres de hierro se amontonan en la entrada. Vienen a por nosotras. Las Buenas Mujeres rezan. Yo escribo. Es mi mayor victoria, mi conquista, el don del que me siento más orgullosa; y aunque las palabras están siendo devoradas por el gran silencio, hoy constituyen mi única arma. La tinta retiembla en el tintero con los golpes, también ella asustada. Su superficie se riza como la de un pequeño lago tenebroso. Pero luego se aquieta extrañamente. Levanto la cabeza esperando un envite que no llega.
El último judío. (Noah Gordon).
Los malos tiempos empezaron para Bernardo Espina un día en que el aire era tan espeso como el hierro y los arrogantes rayos del sol caían como una maldición. Aquella mañana su habitualmente abarrotado dispensario estaba vacío cuando una mujer embarazada rompió aguas, por cuyo motivo él rogó a los dos pacientes que quedaban que tuvieran la bondad de retirarse. La mujer ni siquiera era paciente suya, sino que había acompañado a su anciano padre a ver al médico a causa de una tos persistente. La criatura era su quinto vástago y vino al mundo sin demora.
Cruzados. (Roby Young).
Las espadas formaban un arco al ser presentadas en alto; luego, tras un balanceo, las hojas chocaron. Una y otra vez se oía el temple metálico del acero al batir contra el acero. Cada golpe era más fiero que el anterior y cada brutal sacudida estaba a punto de arrancar las armas de las manos de quienes las esgrimían. El sol cocía los polvorientos adoquines rojos del patio y caía de lleno sobre las cabezas de los dos hombres que, una y otra vez, embestían y retrocedían, marcando cada ida y venida con un sonoro pisotón en el suelo.
Vino y miel. (Myriam Chirousse)
Érase una vez, en el recodo de un río, una torre plantada como un viejo diente en la cumbre de una colina. Nadie habitaba desde hacía siglos aquella fortaleza robusta cariada por el tiempo y las guerras, último raigón de un esqueleto enterrado en el fondo de las edades. Se la evitaba debido a las víboras que anidaban bajo las piedras. Espesas zarzas impedían además el paso y las gentes del castillo afirmaban que los fantasmas rondaban por las noche durante las heladas invernales o cuando los niños no dormían obedientemente en su cama.
Porque al pie de aquella torre en ruinas, se alzaba un castillo. Acostado sobre la orilla del río, era tan hermoso como fea la torre, lleno de elegante arrogancia, mientras, humildemente, la torre se encogía sobre sí misma. Resplandecía en medio de los árboles del parque como un diamante entre los pechos de una veneciana. No obstante, sólo los forasteros, los bandidos o los soldados de otras comarcas se detenían a contemplarlo desde el camino. Los lugareños, que estaban al tanto de su historia, apretaban el paso sin alzar los ojos.
La insoportable levedad del ser. (Kundera, Milan).
La idea del eterno retorno es misteriosa y con ella Nietzsche dejó perplejos a los demás filósofos: ¡pensar que alguna vez haya de repetirse todo tal como lo hemos vivido ya, y que incluso esa repetición haya de repetirse hasta el infinito! ¿Qué quiere decir ese mito demencial?.
El mito del eterno retorno viene a decir, per negationem, que una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, bella, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan. No es necesario que los tengamos en cuenta, igual que una guerra en dos Estados africanos en el siglo catorce que no cambió en nada la faz de la tierra, aunque en ella murieran, en medio de indecibles padecimientos, trescientos mil negros.
El péndulo de Foucault. (Eco, Umberto)
Fue entonces cuando vi el Péndulo.
La esfera, móvil en el extremo de un largo hilo sujeto de la bóveda del coro, describía sus amplias oscilaciones con isócrona majestad.
Sabía, aunque cualquiera hubiese podido percibirlo en la magia de aquella plácida respiración, que el período obedecía a la relación entre la raíz cuadrada de la longitud del hilo y ese número pi que, irracional para las mentes sublunares, por divina razón vincula necesariamente la circunferencia con el diámetro de todos los círculos posibles, por lo que el compás de ese vagar de una esfera entre uno y otro polo era el efecto de una arcana conjura de las más intemporales de las medidas, la unidad del punto de suspensión, la dualidad de una dimensión abstracta, la naturaleza ternaria de pi, el tetrágono secreto de la raíz, la perfección del círculo.
La conjura Sixtina. (Philipp Vandenberg).
Mientras esto escribo me atormentan las dudas más espantosas, pues no sé si debería contar todo cuanto sigue. ¿No sería mejor que me lo guardara para mí, al igual que se lo han reservado para sí todos aquellos que hasta ahora han tenido conocimiento del caso? Y sin embargo, ¿no es acaso el silencio la más cruel de las mentiras? ¿No es cierto que el callar contribuye incluso a sembrar el error por el camino que conduce al conocimiento de la verdad? Incapaz de soportar ese saber, que hasta se le mantiene oculto de por vida al cristiano auténtico, ya que se le esconde siempre, amparándolo en el refugio del testimonio de la fe, he sopesado durante largos años todos los pros y los contras, hasta que se impuso en mí el placer de contar esta historia, tal como yo mismo llegué a enterarme de ella, en circunstancias harto notables.
El Juicio Universal.(Papini,Giovanni).
Ahora que he llegado a la puerta de la última luz y se me manifiesta aquel que busqué en vano por todos los caminos de la tierra, concédeme que te cuente la historia y la tragedia de mi hambre.
Fui toda la vida el desesperado amante de Dios al que no supe conocer. Lo busqué en los santuarios, en las selvas, en los desiertos, en las grutas de los misterios, en los libros de los profetas, en las tumbas de los muertos, en las palabras de los iniciados, pero jamás supe encontrarlo. De todas las peregrinaciones retornaba siempre como un mendigo que de la fiesta, adonde llegó demasiado tarde, no trajo más que un trozo de vidrio y una flor seca que se deshace en las manos como polvo semejante a herrumbe.
La sombra del viento. (Ruiz Zafón, Carlos).
Todavía recuerdo aquel amanecer en que mi padre me llevó por primera vez a visitar el Cementerio de los Libros Olvidados. Desgranaban los primeros días del verano de 1945 y caminábamos por las calles de una Barcelona atrapada bajo cielos de ceniza y un sol de vapor que se derramaba sobre la Rambla de Santa Mónica en una guirnalda de cobre líquido.
Mientras vivimos. (Torres, Maruja).
Hoy es el principio de su vida. Por primera vez, alguien la espera.
Judit no ha nacido para lucir ropa barata. Nunca será sorprendida en los probadores de Zara, embutiéndose en un sinfín de prendas, ni la veremos competir con una multitud de chicas de su edad en las rebajas de unos grandes almacenes. Judit posee el don o la condena del desprecio por lo falso. No quiere, si no puede. Por eso no se viste: se disfraza. Porque no se conforma con menos que lo auténtico y, como carece de todo, se lo inventa. De esa privación absoluta nace su fuerza, se alimenta su fe. Su fe, que aprieta entre los dientes hasta que el frío prematuro de un noviembre que parece enero le taladra las encías. Es la mañana de Todos los Santos, y Judit va al encuentro de Regina Dalmau.
El corazón del Tártaro. (Montero, Rosa).
Lo peor es que las desgracias no suelen anunciarse. No hay perros que ululen al amanecer señalando la fecha de nuestra muerte, y uno nunca sabe, cuando comienza el día, si le espera una jornada rutinaria o una catástrofe. La desgracia es una cuarta dimensión que se adhiere a nuestras vidas como una sombra; casi todos los humanos nos las apañamos para vivir olvidando que somos quebradizos y mortales, pero algunos individuos no saben protegerse del temor al abismo. Zarza pertenecía a ese último grupo. Siempre supo que el infortunio se aproxima con callados e insidiosos pies de trapo.
Estaciones de paso. (Grandes, Almudena).
Mira, Dios, ésta es tu última oportunidad, te lo digo en serio, y te lo digo ahora, cuando está sonando el himno, y luego viene el rollo de las fotos, y eso….Después, cuando empiece el partido, ya no hay trato. Quiero decir que ya no se puede cambiar, o sea, que lo tengas que decidir, que lo decidas ahora, bueno, yo me entiendo, y tú también, ¿no..? Se supone que tú lo entiendes todo, por lo menos eso dice el plasta del calvo ese que me da la vara todos los jueves por la mañana en el instituto, porque ya sabrás que después de lo de Ramón, mamá me ha apuntado a Religión, que es lo que dice el Rana, joder con los padres progres, tanto largar, tanto largar, o sea, que si han corrido delante de los grises, que si hacían asambleas de esto y de lo otro, mucha foto con barbas y melenas, y hasta levantando el puño delante de la Casa Blanca, que esa foto de mi viejo sí que es guapa, la verdad, pero luego, ¡toma!, a Religión, con lo bien que estaba yo dando Ética, no te jode…
Wilt. (Sharpe Tom).
Siempre que Henry Wilt sacaba al perro a pasear o, para ser más precisos, cuando el perro le sacaba a él o, para ser exactos, cuando la señor Wilt les decía a ambos que se fuesen de casa para que ella pudiese hacer sus ejercicios de yoga, Henry siempre seguía la misma ruta. De hecho el perro seguía la ruta y Wilt seguía al perro. Bajaban hasta la oficina de correos, cruzaban el campo de juegos, luego el puente del ferrocarril y seguían por el sendero que bordeaba el río.
Don Quijote de la Mancha. (Cervantes, Miguel).
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de verlarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino.
Las legiones malditas. (Posteguillo, Santiago).
Iba tambaleándose de un lado a otro. Por su gladio, una espada oxidada y sin filo, que sonaba al ser zarandeado por los vaivenes de su propietario, y por una vieja malla sucia de cuero se adivinaba que aquel borracho era o había sido legionario de Roma. Sus ojos semicerrados buscaban con mirada turbia un punto donde aliviarse y descargar parte del líquido ingerido. Como un perro se detuvo junto a dos enormes postes de madera que se alzaban inermes ante él.
Éste es …..un buen … sitio.
Dijo en voz alta, entrecortada, y soltó una carcajada que resonó absurda entre las tiendas que rodeaban el lugar. Empezó a orinar, pero apenas había comenzado sintió que lo alzaban del suelo con una furia inusitada.
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