Los dibujos de Boligán concitan la sonrisa inmediata. La carcajada, si la hay, suele venir después de unos instantes. Pero a veces ni eso. Mi primera reacción al ver uno de sus cartones es el gozo frente al ingenio y la cavilación sobre los varios mensajes que anidan en las figuras plasmadas. Un hombre aspira con deleite una línea blanca del logo CocaCola partido a la mitad. La democracia encarnada en Marilyn Monroe deja flotar su vestido con la brisa que emana de la urna electoral sobre la cual está parada. Dibujos que entrañan mucho más que una ocurrencia y obligan al lector a seguir rumiando los efectos colaterales de imágenes aparentemente explícitas.
Boligán es su enorme talento como ilustrador, en el sentido más auténtico del término. Ilustra como nadie un fenómeno, una sensación. Sus dibujos podrían ser afiches de colección. La oveja negra que conmina desde el estrado a la muchedumbre blanca. El dólar avión que destroza una torre Wall Street. El tratante de mujeres que exhibe una pierna femenina en cada dedo de la mano. Son portadas de libros o posters para no olvidarse.
Boligán suele ser tacaño con el uso de la paleta de colores. Los chillantes son precavidos y estratégicos, como el músico que prefiere provocar emociones por la armonía lograda y no por la estridencia fácil. Su trazo es propio de alguien que durante años ha trabajado regularmente en los confines del blanco y negro de la prensa diaria. Por lo mismo, sus colores explotan sobre fondos grises y negros de manera calculada para atraer justo la mirada al centro del mensaje.
La mejor tradición del comic ha inspirado la impronta de estos dibujos. Ecos de lo mejor del manga o del comic darcketo. Hombres con sombrero en trazos angulosos que hacen recordar al Dick Tracy más oscuro, mujeres con vestidos vaporosos de una época que podría pertenecer al pasado, pero también a un futuro retro. Unos y otros dibujados por una pluma talentosa, poderosa, eficaz.
La recopilación de estos cartones de Boligán hacen un espléndido objeto de deseo. Un volumen que ofrece una gratificación inmediata por el placer estético del dibujo y el festejo del humor que entraña. Y un efecto secundario, gracias al impacto de un ingenio que seguirá asaltándonos muchos días después de haber cerrado las pastas de este libro.
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