No es una frase venida a menos, sino todo lo contrario. Vivimos en una época de mercantilismo, de
políticas neoliberales, la propiedad privada , la competividad, la excelencia, el beneficio . Nos hemos convertido en una sociedad de mercado. Todo parece que está en venta.
https://hayderecho.com/2013/12/18/entrevista-al-profesor-de-harvard-michael-sandel/
https://scielo.conicyt.cl/pdf/rfilosof/v70/art19.pdf
file:///C:/Users/PAPA/Downloads/35945-1-123624-1-10-20150116.pdf
https://hayderecho.com/2013/12/18/entrevista-al-profesor-de-harvard-michael-sandel/
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El profesor Michael J. Sandel, de Filosofía Política en la Universidad de Harvard, en su último libro Lo que el dinero no puede comprar. Ha recopilado una lista de ejemplos de lo que ha día de hoy se puede comprar y que va en contra de toda ética u de los límites morales del mercado. Sandel, alerta sobre los peligros de la desigualdad en una época en la que la riqueza no sirve solo para tener más yates o mejores coches, sino para comprar casi todo: influencia política, seguridad.. Hay áreas donde los valores de mercado se están imponiendo, como la sanidad o la educación. El problema es que parece muy progresivo, inadvertido: un día asumes que es normal pagar para hacer menos cola en un aeropuerto, otro que si pagas más tendrás más pruebas médicas... Y un día, ¿por qué no pagar por conseguir un órgano para un trasplante si alguien te lo quiere vender?.
Sandel argumenta de modo similar, diciendo que “no
hay razón para pensar que tiene que haber un único principio que determine el reparto
de todos los bienes” (p. 47), “algunos bienes los repartimos según méritos, otros según
necesidades, y otros más por sorteo o por azar”
No todo tiene un precio. Ponerle precio a la ciudadanía, la educación o el medioambiente equivale a que dejen de ser lo que esperamos que sea. Esta idea va en contra de una muy difundida entre los economistas: “A menudo suponen que los mercados no tocan o contaminan los bienes que regulan
No todo tiene un precio. Ponerle precio a la ciudadanía, la educación o el medioambiente equivale a que dejen de ser lo que esperamos que sea. Esta idea va en contra de una muy difundida entre los economistas: “A menudo suponen que los mercados no tocan o contaminan los bienes que regulan
Los mercados pueden comprar muchos de esos bienes; la cantidad de incentivos que hay en el mercado puede conseguir personas que lo hagan. Por eso, otra pregunta que cabría hacerse es si hay valores importantes que han sido invadidos. Cuando, por ejemplo, damos incentivos financieros a los jóvenes estudiantes para que lean libros o para que saquen buenas notas, cuando ofrecemos a la gente “sobornos” para que cuiden su salud, para que dejen de fumar, o para que pierdan peso… ¿Deberíamos tener un mercado para los transplantes de riñón? ¿Qué hay de otros mercados como el de pagar los embarazos? Está prohibido en la mayor parte de Europa, pero en India se permite y ahora se está creando una nueva industria, una nueva fuente de trabajo para las mujeres indias. En cada una de esas áreas, tenemos que preguntarnos: si introducimos valores de mercado en mecanismos de mercado, ¿existe el peligro de corromper o de desplazar ciertos bienes no comerciales, ciertos valores intrínsecos, sin tan siquiera notarlo?
Se puede conseguir pasar la pena de prisión en una celda mejor que el resto si se pagan 82 dólares por noche en Santa Ana (California); el derecho a emitir a la atmósfera una tonelada de dióxido de carbono sale por 13 euros en la UE y hasta es posible comprar el seguro de vida de un enfermo o anciano, pagando todas sus primas mientras viva, para luego cobrar los beneficios cuando fallezca, lo que implica que cuantos menos años viva, más jugoso es el negocio. paso pequeño en esa dirección. Por ejemplo, pagamos un sobreprecio para lograr saltarse una cola en un parque de atracciones, o por tener un asiento más cómodo en un avión. Estamos comprando un servicio que ofrece una compañía, pero la cosa cambia totalmente si ese sobreprecio nos vale para saltarnos una cola del control de seguridad, porque no es un servicio privado, sino una cuestión de seguridad nacional, la protección de todos y ahí [el dinero] marca diferencia en nuestra relación con la seguridad pública y los espacios públicos. Así que lo que empieza como una práctica inocente, incluso lógica, cambia la relación entre los ciudadanos. Ahora los lobbies pueden pagar a otras personas en Washington DC para que hagan cola por ellos y tengan
* La cama, pero NO el sueño.
* La comida, pero NO la digestión
* El libro, pero NO la inteligencia.
* El lujo, pero NO la belleza.
* Una casa, pero NO un hogar.
* El remedio, pero NO la salud.
* La convivencia, pero NO el amor.
* La diversión, pero NO la felicidad.
* El crucifijo, pero NO la fe.
* Un lugar en el cementerio, pero No el cielo
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