Cada día vemos con más desánimo tanto el presente como el futuro, no llegamos a ver las soluciones a las crisis, la pobreza, el hambre, la guerra, las desigualdades sociales, la intolerancia, y necesitamos al menos algunas respuestas, que nos hagan avanzar, que sean las soluciones están por ver, pero el inmovilismo, la aceptación y mirar para otro lado nunca es la solución.
Dos vídeos muy recomendables, el primero relacionado con la banca ética, donde el conferenciante, habla sobre el poder del dinero, cómo nos afecta a los demás cada gasto de dinero, pensemos en QUÉ se compra , POR QUÉ se compra y a QUIÉN se compra.
El nuevo mercado o sistema monetario (el capitalismo) no sirve ha tocado fondo. Ni los recortes ni los rescates salvarán a una economía sustentada en la injusticia social. ¿Cómo sino es posible que, mientras se da dinero a los bancos, algunas familias vivan en la calle? ¿Cómo es posible que quienes se encargan de calificar a los países sean los mismo que especulan con las finanzas y recortan los derechos sociales?.
No podemos dejar las decisiones en manos de otros,hemos dejado demasiadas decisiones, en manos de políticos en manos de empresas.
Parece que la democracia es la solución a los problemas. En realidad la diferencia entre la democracia y la dictadura es que en la democracia antes de obedecer te dejan votar una vez cada cuatro años.Votas pero tienes la sensación de que este voto no sirva para mucho, de hecho el 50% de la población no vota.
Se habla de globalización pero solo se habla de globalizar un tipo de comercio un tipo de economía , circulación de bienes, pero toca globalizar la conciencia.
Toca a la sociedad civil implicarse en la vida.
El segundo vídeo es para todas las edades, que generará debate y reflexión , sobre el consumo responsable una joya, para abrir nuestra mente.
Dinero y conciencia ¿a quién sirve mi dinero?
Quién es NAOMI KLEIN:
Naomi Klein (1970) es una periodista e investigadora de gran influencia en el movimiento antiglobalización y el socialismo democrático, nacida en Montreal (Canadá) en 1970. Es economista política, periodista y escritora.
Caracterizada por su trabajo independiente en los medios periodísticos, colaboró como columnista para los periódicos de corte progresista como el The Guardian de Londres y The Globe and Mail de Toronto. Naomi Klein ha sido titular de la cátedra Miliband en la London School of Economics y es doctora "honoris causa" en Derecho por la Universidad de King's College, de Nova Scotia. Alcanzó el puesto undécimo, el más alto logrado por una mujer, en el Sondeo Global de Intelectuales, un listado de los intelectuales más relevantes del mundo que confecciona la revista "Prospect" junto a la revista "Foreign Policy".
Su ruptura con la globalización implicó el estudio de las influencias del capitalismo de finales del siglo XX y del sistema de la Tercera Vía, así como en el impulso del sistema de economía neoliberal y sus efectos en la cultura moderna de masas. Fruto de sus investigaciones, ha escrito varios libros como No Logo (2001), Vallas y ventanas (2003), La doctrina del shock (2007), el guión del documental. La Toma/The Take (dirigido por Avi Lewis, centrado en la toma de una fábrica recuperada por sus trabajadores bajo control obrero como forma de lucha en contra de la globalización en el marco de la crisis argentina y las movilizaciones ciudadanas entre 2001 y 2002) y un gran número de artículos periodísticos y políticos.
Fuente: www.Wikipedia.org
En septiembre de 2001, el presidente de la Unión Europea y primer ministro belga Guy Verhofstadt escribió una carta abierta al movimiento «antiglobalización». «Vuestras inquietudes como antiglobalistas son absolumente válidas —afirmaba en esa carta— pero para encontrar las soluciones adecuadas a estos problemas necesitamos más globalización, no menos. He aquí la paradoja de la antiglobalización.
La globalización puede, a fin de cuentas, servir a la causa del bien en la misma medida que a la del mal. Lo que necesitamos es adoptar un enfoque ético global del medio ambiente, las relaciones laborales y la política económica. En otras palabras, el problema al que hoy nos enfrentamos no es cómo impedir la globalización, sino cómo otorgarle unas bases éticas.» (Para leer íntegramente la carta del Primer ministro, véase
Dado que la carta suscitó una polémica considerable, Verhofstadt convocó la «Conferencia Internacional sobre la Globalización» en Gante, Bélgica, e invitó a diversos ponentes,entre quienes estaba Naomi Klein, a replicar a su carta. Éste es el discurso (apenas ampliado) pronunciado en aquella ocasión por Naomi.
Resumen del discurso de Naomi Klein como contestación a la carta abierta al movimiento antiglobalización.
Primer ministro Verhofstadt:
Gracias por su carta a los «manifestantes antiglobalización». Es muy importante que haya dado pie a este debate público. Debo reconocer que, durante los últimos años, me he ido acostumbrando a que
el comportamiento de los líderes mundiales fuera distinto: o bien era despreciada como parte de un circo nómada marginal o bien se me invitaba a negociaciones a puerta cerrada sin la menor trascendencia.
Había empezado a pensar que la marginación o la cooptación eran los dos únicos caminos posibles para los críticos de la globalización.
Bueno, y la criminalización. Pongamos, pues,tres opciones. Los auténticos debates sobre estas cuestiones —la franca puesta en común de distintas visiones del mundo— son extremadamente infrecuentes entre el gas lacrimógeno y la afectación.
Pero, señor Primer ministro, tal vez no se encuentren hoy aquí tantos antiglobalización como a usted le hubiera gustado. Me da la impresión de que ello se debe en parte a que el movimiento no nos ve, a
los que estamos aquí, como sus representantes. Muchos están hartos de oír tanta cháchara. Exigen una forma de participación política más directa.
Se está produciendo también un amplio debate acerca de las cuestiones con las que este movimiento se identifica. Por ejemplo, estoy radicalmente en contra de su término «antiglobalización». A mi entender, formo parte de una red de movimientos que no luchan contra la globalización, sino a favor de una democracia más profunda y participativa a nivel local, nacional e internacional. Esta red es tan global como el propio capitalismo. Y no, no se trata de una «paradoja», como usted asevera.
Ha llegado el momento de dejar de combinar los principios básicos del internacionalismo y la interconectividad —principios a los que sólo los luditas y los nacionalistas de mente más estrecha se oponen— con un modelo económico específico muy cuestionado. El asunto en litigio no son los méritos del internacionalismo. Todos los activistas que conozco son fervorosos internacionalistas. Lo que estamos poniendo en tela de juicio es la internacionalización de un solo modelo económico: el neoliberalismo.
Si decidimos mantener verdaderos debates como éste, lo que llamamos «globalización» debe ser ser reconsiderado y entendido no sólo como un paso inevitable de la evolución del ser humano, sino tam
bién como un profundo proceso político: un conjunto de elecciones deliberadas, discutibles y reversibles sobre cómo llevar a cabo la globalización.
Parte de la confusión acerca del significado del término «globalización» se debe al hecho de que éste modelo económico particular no considera el comercio como una parte del internacionalismo, sino como la infraestructura que todo lo engloba. Todo lo demás —la cultura, los derechos humanos, el medio ambiente, la propia democracia— es gradualmente devorado dentro de los parámetros del comercio.
Al debatir este modelo, no estamos poniendo en tela de juicio el comercio de mercancías y servicios a través de las fronteras, sino los efectos mundiales de la profunda empresarialización, la forma en que «lo público» está siendo transformado y reorganizado —recortado, privatizado, desregulado— bajo la admonición de la competitividad en el sistema comercial mundial. Lo que se define en la OMC no son las reglas del comercio, sino una plantilla única que sirva para todos los gobiernos, una suerte de «McRegla». Y lo que cuestionamos es esta plantilla.
Pero los países necesitan comerciar, dice usted, especialmente los países pobres, y para que haya comercio deben existir unas reglas. Por supuesto. Pero ¿por qué no construimos una arquitectura internacional basada en principios de transparencia, responsabilidad y autodeterminación, que libere a los pueblos en lugar de liberalizar el capital?
Ello implicaría reforzar los derechos humanos básicos que hacen posible la autodeterminación, como el derecho a formar sindicatos independientes, a través de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Implicaría eliminar las políticas que sistemáticamente ponen trabas a la democracia: deuda, programas de ajuste estructural, privatización obligatoria. También conllevaría hacer efectivas las antiguas promesas de reforma agraria e indemnización por la esclavitud. Las reglas internacionales podrían diseñarse para crear una democracia y una autoridad auténticas, no un cúmulo de frases vacías.
No me cabe la menor duda de que usted comparte este sentimiento, señor Primer ministro. De hecho, al leer su carta me sorprendió su similitud con nuestros objetivos. Usted pide un «enfoque ético global del medio ambiente, las relaciones laborales y la política económica».
También son ésos mis deseos. De manera que la pregunta es: ¿por qué estamos aquí? ¿Sobre qué hay que debatir?
Por desgracia, sobre lo que hay que debatir y sobre lo que debe debatirse, o de otro modo jamás habrá paz fuera de las cumbres, es sobre nuestra hoja de servicios. No las palabras, sino los hechos. No las buenas intenciones —que nunca faltan— sino los severos y cada vez peores hechos: el estancamiento de los sueldos, el tremendo aumento de la distancia entre los ricos y los pobres y el empeoramiento de los servicios básicos en todo el mundo.
A pesar de la retórica de apertura y libertad, vemos cómo se están construyendo vallas cada vez más altas: alrededor de los centros de refugiados en el desierto australiano, alrededor de los dos millones de ciudadanos de Estados Unidos que están encarcelados; vallas que circundan continentes enteros como Norteamérica y Europa y los convierten en fortificaciones a las que África no tiene acceso. Y, por supuesto, las vallas que se levantan cada vez que los líderes mundiales se reúnen.
La globalización debía consistir en la apertura e integración globales, pero nuestras sociedades se están volviendo cada día más cerradas, más cautelosas, más necesitadas de mayor seguridad y poder militar para mantener un statu quo injusto.
La globalización debía también consistir en un nuevo sistema de igualdad entre las naciones. Íbamos a reunirnos y acordar vivir bajo unas mismas reglas, o al menos eso fue lo que se dijo. Pero es más evidente que nunca que los grandes actores siguen creando e imponiendo las reglas, y con frecuencia imponiéndolas a todo el mundo excepto a sí mismos, ya se trate de los subsidios agrarios y del acero o de los aranceles de importación.
Estas desigualdades y asimetrías, siempre latentes bajo la superficie, hoy son inevitables. Muchos países que han vivido o están viviendo una crisis económica —Rusia, Tailandia, Indonesia y Argentina, por nombrar sólo algunos— hubieran agradecido la importante intervención gubernamental que Estados Unidos acaba de poner en marcha para salvar la economía del país en lugar de la austeridad prescrita por el FMI. El gobernador de Virginia explicó las exenciones fiscales y las medidas de ayudas en Estados Unidos argumentando que la recesión de América «no es un descenso rutinario de la economía». Pero ¿qué hace de un descenso económico un fenómeno extraordinario, necesitado de pródigos estímulos económicos, frente a la «rutina», que requiere austeridad y dolorosos remedios?
La más sorprendente de estas recientes exhibiciones de un doble rasero ha sido la que se refiere a las patentes de medicamentos. De acuerdo con las reglas de la Organización Mundial del Comercio, los
países pueden saltarse las patentes farmacéuticas de los medicamentos imprescindibles para salvar vidas en caso de emergencia nacional. Pero cuando Sudáfrica trató de hacerlo con los medicamentos
para el tratamiento del sida hubo de enfrentarse a un pleito con las más importantes industrias farmacéuticas. Cuando Brasil intentó hacer lo mismo, fue llevado a los tribunales de la OMC. De algún modo, se ha dicho a millones de personas con sida que sus vidas valen menos que las patentes farmacéuticas, menos que el pago de la deuda, que no hay dinero para salvarles. El Banco Mundial dice que es el momento de concentrarse en la prevención, no en el remedio, lo cual es sinónimo de una sentencia de muerte para millones de seres humanos.
Pero, a principios de este mes, Canadá decidió invalidar la patente de Bayer del Cipro, el antibiótico específico para el tratamiento del ántrax. Encargamos un millón de comprimidos de una versión genérica. «Vivimos tiempos extraordinarios e inusuales», dijo un portavoz de la sanidad canadiense. «Los canadienses esperan y exigen que su gobierno tome todas las medidas necesarias para proteger su salud y seguridad.» Debemos recordar que en Canadá no se ha diagnosticado un solo caso de ántrax.
A pesar de que la decisión fue revertida Bayer bajó sus precios, se empleó la misma lógica: cuando se trata de países ricos, las reglas sólo cuentan para los demás. La vulnerabilidad ante la abstracta teoría económica se ha convertido en un gran divisor de clases. Los países ricos y poderosos pueden decidir escoger cuándo seguir las reglas, pero se dice a las naciones pobres que la ortodoxia económica debe regir todas sus acciones, que deben entregarse a la ideología del libre mercado la cual incluso sus creadores rechazan si les parece conveniente.
Los países pobres que anteponen las necesidades de sus ciudadanos a las demandas de los inversores extranjeros son tachados de proteccionistas, incluso de comunistas. Y, sin embargo, las políticas proteccionistas que impulsaron la Revolución industrial en Inglaterra llegaban hasta el punto de que era ilegal dar sepultura a un cadáver sin haber dado prueba de que el sudario había sido tejido en una hilandería británica.
¿Qué tiene esto que ver con nuestro debate? Con demasiada frecuencia, creemos que las desigualdades persisten y se acentúan tan sólo a causa de las idiosincrasias nacionales, o porque no hemos dado con las reglas adecuadas, la fórmula perfecta, como si estas desigualdades fueran poco más que un designio divino o una irregularidad de un sistema que funciona perfectamente. Pero en esta cuestión siempre se omite el tema del poder. Muchos de los debates que sostenemos acerca de la teoría de la globalización son, en realidad, debates sobre el poder: quién lo ostenta, quién lo ejerce y quién lo disfraza simulando que es un tema que ha dejado de importar.
Pero lo que ya no procede es decir que la justicia y la igualdad nos esperan al otro lado de la calle y no ofrecer sino buenas intenciones en forma de seguridad subsidiaria. Acabamos de pasar un período de una extraordinaria prosperidad económica, un tiempo de expansión y riqueza durante el cual estas contradicciones de base deberían haber sido corregidas. Ahora entramos en un período de recesión, y se piden mayores sacrificios a aquellos que ya se han sacrificado demasiado.
¿Debemos contentarnos con la promesa de que nuestros problemas se resolverán con más comercio? ¿Con más protección para las patentes farmacológicas y más privatizaciones? Los globalizadores de
hoy son como médicos con acceso a un solo medicamento: sea cual fuere la enfermedad —pobreza, migración, cambio climático, dictaduras, terrorismo— el remedio es siempre más comercio.
Señor Primer ministro, no somos antiglobalizadores. En realidad, hemos desarrollado nuestro propio proceso de globalización. Y precisamente debido a la globalización el sistema no puede sostenerse.
Sabemos demasiado. Hay demasiada comunicación y movilidad en las bases para que las diferencias persistan. No sólo las diferencias entre ricos y pobres, sino también entre la retórica y la realidad. En tre lo que se dice y lo que se hace. Entre la promesa de globalización y sus consecuencias reales. Es el momento de acabar con esas diferencias.
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